Bosque de Matasnos: un vino, un paraje y una historia de sostenibilidad libre de etiqueta

José Luis Rodríguez Martínez visita Bosque de Matasnos, un proyecto emblemático de la sostenibilidad medioambiental en pleno corazón de la Ribera del Duero.

La industria vitivinícola mundial y, de manera destacada la española, se enfrenta a múltiples retos. Uno de ellos es, sin duda, el de conectar con un público cada vez más exigente, que demanda experiencias diferenciales y que ya no concibe el consumo de vino como un mero acto de ocio. Lo vive como una declaración de intenciones.

En ese camino, hay proyectos que han apostado por desarrollar narrativas de marca emocionantes y poderosas, ligadas a estilos de vida y formas particulares de entender el mundo. Otros, por mostos más amables en sabor y graduación alcohólica, en una batalla continua frente al cambio climático y a la competencia de otras bebidas con marchamo de juventud.

Algunos aventureros y románticos del vino se han lanzado a recuperar técnicas ancestrales: fermentaciones en tinajas, levaduras autóctonas, variedades olvidadas, vinos desnudos.

Y luego están los pocos -apenas un puñado en todo el planeta- que, como Bosque de Matasnos, han ido mucho más allá.

La bodega sostenible

Situada en el corazón de la Ribera del Duero, esta bodega de unas 74 hectáreas ha convertido la sostenibilidad en su columna vertebral. Aunque no como un lema comercial. Como una razón de ser.

Jaime Postigo, uno de sus fundadores allá por el año 2007 y alma de la iniciativa, no elabora vinos naranjas ni luce etiquetas "eco". Lo suyo es, en apariencia, más sencillo: junto a sus socios, gestiona un viñedo medioambientalmente sostenible que desde 2023 es punta de lanza del programa europeo LIFE. Su objetivo: demostrar que el vino puede liderar la lucha contra el cambio climático y, a la vez, generar riqueza y fijar población al territorio.

El bosque que rodea la finca, durante décadas degradado, hoy rebosa vida. Se ha convertido en refugio de aves rapaces como búhos, cernícalos o autillos, reintroducidas con la ayuda de Fundación GREFA. Y es, igualmente, el vasto hogar de miles de abejas que polinizan un paisaje ahora exuberante y que producen una miel de calidad, libre de pesticidas y herbicidas.

En Bosque de Matasnos toda el agua se recupera y reutiliza, mediante una red propia de captación, conducción y potabilización. Toda la energía se genera en la propia casa, a través de paneles solares y de sistemas tecnológicos inteligentes que optimizan los picos de producción y consumo.

Más detalles. El abono lo fabrican sus animales y, en especial, las ovejas que pastan por el campo y lo limpian de hierbas y maleza. El dióxido de carbono de la fermentación del vino se captura y aprovecha para la refrigeración de las cubas y de otras instalaciones de la bodega.

Una historia de resiliencia

Como todas las historias, esta no nació de una ocurrencia feliz ni, solamente, de la visión de un nombre, el de Jaime, ligado a una estirpe familiar conectada desde muchas décadas atrás a lo mejor de la industria agroalimentaria española.

No surgió de una estrategia de marketing sino, como en las mejores historias, de una suma de adversidades. La primera de ellas, cultivar cepas de Tempranillo, Malbec, Albillo Mayor o Syrah a 950 metros de altitud y en una época, primera década de este siglo, donde las temperaturas daban todavía menos margen que hoy.

La segunda, una crisis financiera mundial que llevó a Bodega de Matasnos a vender su primera cosecha en mercados como el asiático o el australiano, antes incluso que en España.

Sin embargo, la “herida feliz”, la que de verdad dio sentido a la iniciativa, tardó poco en llegar. En los años 2000, una superpoblación de topillos, un pequeño roedor campestre, devastó una parte importante de los cultivos de Castilla y León. La respuesta generalizada, incluso la institucional, fue contundente: veneno y fuego. Es decir, el uso de rodenticidas y la quema de rastrojos.

La plaga remitió, pero el equilibrio natural se perdió. Temporalmente.

Jaime y su equipo se comprometieron entonces a hacer justo lo contrario de lo esperado: lejos de domesticar todavía más la naturaleza, se conjuraron para devolver al medio lo que a este se le había arrebatado.

Como Yvon Chouinard en Patagonia, Postigo entendió que el compromiso ambiental no era ya una opción. Era el punto de partida.

Los vinos de Bosque de Matasnos

Actualmente, Bosque de Matasnos comercializa 200.000 botellas al año. La mayor parte se queda en casa, en los restaurantes más exclusivos, que son los que mejor entienden el valor agregado de la responsabilidad. El resto viaja a Asia, a Estados Unidos o a Australia.

Con todo, lo verdaderamente importante no son los números. Son las historias.

Como la que hay tras el BMA Edición Limitada, un tinto maduro de Tempranillo, Merlot y Malbec, donde la fruta negra y las especias se funden en un paseo por el sotobosque. O el Tempranillo-Malbec, la rareza de la casa, vibrante, inesperado. O el Blanco de Matasnos, tropical y perfumado. O el Petit Blanco, que rescata a la Albillo Mayor del olvido y la convierte en protagonista.

Historias que se beben. Y que también se caminan. Porque quien cruza el bosque que da nombre al viñedo escucha un paisaje sonoro desbordante. Y entiende que aquí el vino no es solo cultura, ni placer, ni negocio. Es paisaje. Es memoria. Es una forma de estar en el mundo.

El origen del nombre

La historia se remonta a la década de los años 60, en el siglo XX, cuando los propietarios de entonces decidieron roturar El Bosque -ese era su nombre original- para plantar cereales.

La tarea era tan grande que tuvieron que pedir la ayuda de los vecinos de la comarca, especialmente para retirar con sus mulas y asnos toda la leña generada. Fruto de aquel esfuerzo, en tan poco tiempo, se produjo la muerte de numerosos animales de carga.

Desde entonces, este espacio se conoce como “Bosque de Mata-asnos”, ahora simplificado en “Matasnos”… un apelativo que, sesenta años después, ha cobrado otro sentido en un viñedo y en una bodega donde, precisamente, la vida y el respeto a la naturaleza se han convertido en la seña de identidad.

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